Cuando el odio es visceral, no se puede reflexionar. Eso es lo que provoca Cristina Fernández de Kirchner en buena parte de la sociedad, odio visceral. Y el odio no es buen consejero.
Con frecuencia se escucha la frase: “No la puedo ni ver”. y cuando se les pregunta ¿Por que? Es una respuesta que no muchos tienen. Son pocos los que pueden argumentar las razones de la antipatía.
Quienes si pueden hacerlo, arguyen cuestiones con las que se puede estar de acuerdo o no. Pero por lo menos se puede entrar en debate.
Es natural que alguien liberal, que pretende un estado casi inexistente o autista, se oponga fervientemente a los actos de este gobierno. Este estado omnipresente y paternalista, es casi un abuso y una amenaza para sus ideales.
Pero los llamativos (por lo menos para mi) son los otros. Los que no argumentan nada. Solo dicen: “los odio”. Solo emplean frases reñidas con la descalificación, los insultos y ofensas.
Son los mismos que decían: _ Néstor, es un títere de Duhalde. Y después _ En realidad Néstor, es un títere de la mujer, la que manda es Cristina. Y cuatro años después _Cristina, es un monigote, el que manda es él; es Kirchner. Se podrá convenir, con que son frases por lo menos contradictorias. Yo no soy quien para calificarlas. Pero no hay que ser un erudito, para advertir que las frases son paradójicas entre si.
Hay dos prototipos de ciudadanos que tiene esta postura. Unos son de derecha y en algunos casos ni lo saben. Compraron frases tales como –odio la política y a los políticos-. Pero cuando hablan de Macri, de Narváez o algún otro emergente de la “anti política” (lo entrecomillo porque, dicen ser anti política, pero hoy son legisladores o gobiernan metrópolis, gracias a los votos que les dio la democracia) se les dibuja una sonrisa o dicen que estos son personajes diferentes, muy distintos a los políticos conocidos.
Suelen no agregar mucho más que su aversión. Es lo que sienten evidentemente. Y alguien dirá que es respetable, yo francamente no lo creo. En materia ideológica, tenemos la obligación de no ser fanáticos. Tenemos el deber cívico de tener convicciones y debemos tener razones de de peso para oponernos o apoyar un proyecto o modelo. En esta materia la pasión no puede dominar a la razón.
¿Que los impulsa a odiarlos? Realmente no lo se. Pero si se que hay un sector de la sociedad que le tiene pavura a la equidad. Hay un sector de la clase media que tiene pánico a no poder acceder a la última licuadora con bluetooth y conexión Wi Fi. Y los que accedieron a estos pequeños artículos tienen recurrentes pesadillas, con que un funcionario de estado se los expropie.
Son los mismos que reniegan de su clase trabajadora. Desprecian sus orígenes. Se avergüenzan de ser asalariados. Intuyen que denostando lo popular y siendo enemigos de las administraciones que beneficien a los “cabecitas negras” o los “negros de mierda”; sus almas blancas quedan a salvo de cualquier comparación con la clase obrera.
Solo recuerdan que son trabajadores y asalariados, cuando critican algún plan de asignación o alguna medida popular (a las que ellos denominan populistas). Se ponen furiosos y recitan que se desloman trabajando y el estado resuelve darle su esfuerzo, a una manga de vagos o parásitos.
Nostálgicos de los nefastos 90’, que añoran la compra de espejitos de colores en Miami. O tienen morriñas del deme dos, de principio de los 80’. Planes económicos gemelos, que han hundido al país en la mas profundas de sus crisis.
También existen los otros. Mayoritariamente son de izquierda. Los que se oponen a todo siempre. Los que se enamoraron de una postura opositora adolecente. Los que creen que son contestatarios porque están en contra del “poder”. Aunque esto favorezca al poder económico (el verdadero poder), lo importante para ellos es ser opositor. Porque suponen que ser opositor al gobierno, sea cual fuere, es ser rebelde.
Son los mismos que se opusieron a la derogación del indulto. Porque la medida no alcanzaba absolutamente a todos los criminales de los 70’. Es posible que algunos hayan sido involuntariamente beneficiados. Claro, casi todo es perfectible. ¿Pero oponerse? Me parece un poco mucho.
Son los mismos que en otros tiempos, se oponían a las recetas del FMI. Al indulto. A la obediencia debida y el punto final. A un estado que nada hacia para erradicar la indigencia. A la corrupción en el PAMI. Al déficit comercial. A las importaciones desmesuradas, que como resultado solo conseguían que se cerraran fabricas. Los que reclamaban medidas, para detener la desocupación. Al recorte del 13%. Y a un sin fin de medidas que han tomado otros gobiernos. Gobiernos, a los que este gobierno desenmascaró.
Pero estos los últimos, los que se oponen a todo indiscriminadamente. Sea quien sea el que ostente el “poder”. Esta muy claro porque se oponen. Es muy sencilla la deducción. A estos..., a estos. Le afanamos las banderas.